DARÍO Y SANDINO: LIBERTADORES. Precursores de INDEPENDENCIA
Fotografía tomada del 19 Digital |
“No gusto de moldes nuevos ni viejos”. Rubén Darío (El canto errante, 1896).
“El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América, se propagó hasta España y tanto aquí como allá el triunfo está logrado”. Rubén Darío (Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, 1905).
Rubén
Darío (18 de enero 1867- 6 de febrero 1916) y
Augusto C. Sandino (18 de mayo 1895 – 21 de febrero 1934), están
indisolublemente conectados en una complementaria y profunda secuencia
histórica de gran impacto. No solo por el origen
nicaragüense-latinoamericano que asumen con orgullosa identidad, ni porque
ambos, habiendo nacido en el siglo XIX, se inmortalizaron por su legado a
partir de la segunda y la tercera década del siglo XX, sino porque se
constituyen en los dos pilares fundamentales, indispensables e
inseparables de la nacionalidad hispanoamericana y la decolonización de los
pueblos de Nuestra América.
Uno desde la audaz
innovación del idioma logrado más allá de cualquier pronóstico, imponiéndose
desde la periferia política, económica y territorial, desde la adversidad de
origen y en el difícil camino que tuvo que recorrer, y el otro por su lucha
inclaudicable y desigual que es capaz de superar el brutal poder del invasor y
alzarse con dignidad patriótica con la victoria. Uno desde el idioma, expresión
esencial de la cultura, y el otro por la defensa militar y política de la
soberanía con heroicidad frente al agresor que atropella la independencia.
Ambos, hijos del tiempo y hermanos en la eternidad, son pioneros, avanzaron
contra corriente, pagaron el costo de su hazaña. Por lo que hicieron y
lograron, y cómo lo hicieron, con las enormes consecuencias de sus actos,
logran prevalecer a su existencia temporal desde la visión, el pensamiento y la
acción, desde la ejemplaridad que es referente y por el arrojo y el compromiso
con el que asumieron su propósito de vida, su “destino manifiesto”. Ese es el
camino.
Circunstancialmente, y no
por casualidad cronológica de los acontecimientos, ambos
adquieren dimensiones extraterritoriales e imperecederas en el mes de febrero
de distinto año. Mientras Darío, después de haber conquistado
el mundo e imponer su revolución literaria modernista desde Nicaragua, desde
Centroamérica, desde Hispanoamérica, vuelve a León para quedarse y elevarse a
la eternidad el 6 de febrero de 1916; Sandino, un año después de la expulsión
de las tropas invasoras (2.01.1933), de haber bajado de la montaña, de
finalizar la guerra antiimperialista y comprometerse con voluntad patriótica
por la paz (2.02.1933), es inmolado a traición el 21 de febrero de 1934 para
heredar el carácter de la lucha a la categoría de principio antiimperialista
irrenunciable por la soberanía y la autodeterminación.
Darío y Sandino son artífices del proceso de independencia, (independencia vista como proceso), iniciado en 1821 con la separación
de España, continuado en 1823, con la separación de Centroamérica del imperio,
y con la ratificación de la nación nicaragüense-centroamericana, con la Guerra
Nacional de Centroamérica al vencer al invasor filibustero. La
cuarta será la independencia cultural que empuja Darío y la quinta, la
Revolución Popular Sandinista, heredera de Sandino.
El preámbulo
constitucional de Nicaragua evoca, entre otros: “Al Prócer de la Independencia Cultural de
la Nación, Poeta universal Rubén Darío” y a Augusto
C. Sandino, Padre de la Revolución Popular y Antiimperialista.
Hablemos de esa independencia
cultural. En enero de 1982 (decreto ejecutivo No. 927), la Junta de Gobierno de
Reconstrucción Nacional creó la Orden de la Independencia Cultural, Rubén
Darío, el 2do. considerando expresa: “Que la Revolución
Nicaragüense está en el deber de reconocer a las grandes figuras que han hecho
posible a lo largo de nuestra historia, nuestra independencia política,
económica y cultural”.
El poeta nicaragüense Luis
Alberto Cabrales (1901-1974) afirma que la reforma que introdujo Darío fue
liberar el idioma de viejas ataduras, por lo que “De tal manera enriqueció la lengua
castellana que con la misma justicia con que se le denomina lengua de
Cervantes, podría llamársele lengua de Darío”.
A diferencia del
intelectual venezolano Rafael María Baralt, -autor
del Diccionario de galicismos del español (1855) que Rubén memorizó al pasar
por la Biblioteca Nacional en Managua-, quien tuvo que renunciar a la
nacionalidad americana para considerarse español y ser aceptado en la Real
Academia, siendo el primero no nacido en España en ser admitido en la entidad
de la lengua, Darío desde su pertenencia irrenunciable, renegó en la invocación
al “Noble peregrino de los peregrinos”: “de las epidemias de horribles
blasfemias / de las Academias, / líbranos, señor.”
En 1896 Darío proclamó: “Los
poetas nuevos americanos de idioma castellano hemos tenido que pasar
rápidamente de la independencia mental de España… a la corriente que hoy une a
todo el mundo a señalados grupos que forman el culto y la vida de un arte
cosmopolita y universal”. Desde Hispanoamérica conquistó
en sentido inverso a España y universalizó la reforma. En Palabras liminares de
Prosas profanas comenta: “Si hay poesía en nuestra América, ella
está en las cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario y el
inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro.”
Octavio Paz (El caracol y la sirena, 1964)
reconoce el papel central de Darío como fundador del modernismo, que es “la
primera expresión realmente independiente de la literatura hispanoamericana”. Dice
que Darío “no es únicamente el más amplio y rico de los poetas
modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos. Es el origen”. Afirma: “lo
podemos llamar el libertador”.
El hecho trascendente de
pasar de la independencia mental de España a esta nueva corriente modernista
que Darío propaga por el mundo hispanoamericano, inaugura la decolonialidad cultural que
permite el desprendimiento eurocentrista rompiendo la lógica de dependencia y
superioridad. Al desvincularse de la matriz colonial desde
la literatura adquiere voz e identidad propia que es capaz de, a partir de
conciliar el pasado, formular un porvenir auténtico y libertario.
¡Rubén Darío, libertador!
¡Sandino vive!
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