Sanciones, guerras no declaradas
Por: Fabrizio Casari*
Con el fin de
racionalizar aún más su hegemonismo, como parte de sus estrategias de
subversión y desestabilización, Washington ha descubierto durante décadas el
uso sistemático de las sanciones, tanto generales como selectivas, diseñadas
para golpear a los países que no brindan su soberanía y sus recursos a Estados
Unidos. A éstos se les denomina países hostiles, con la fabricación ad hoc de
acusaciones que nunca se hacen o que son descaradamente falsas; de Nicaragua a
Cuba, de Irak a Siria, de Irán a Rusia, la historia abunda en ejemplos.
Desde la caída del campo
socialista, que inició la globalización, el uso de sanciones ha aumentado
exponencialmente con la apertura de la economía mundial, alcanzando el 121% de
las vigentes en el mundo bipolar. Hoy afectan a 9765 personas con medidas seleccionadas,
a 17 países con medidas selectivas y a 6 con medidas generales; un total de 23
países, cerca del 72% de la población, más del 30% del PIB del planeta. Un
elemento de injerencia injusta, ilegal e ilegítima en las economías de terceros
países que resume bien la visión del mundo en Washington: apoyamos a los que
nos obedecen, golpeamos a los que nos desobedecen.
El embrollo ideológico
sobre las sanciones narra que son una alternativa a la guerra, cuando ahora se
demuestra que, en muchos casos, sólo son el preludio de la misma. En las
guerras de 4ª y 5ª generación, las sanciones son, como la comunicación y la diplomacia,
una herramienta complementaria de las operaciones militares y la jerarquía de
su uso no es rígida, sino que está sujeta a las condiciones sobre el terreno.
Las sanciones son de dos
tipos: generales (afectan a países) y personales (afectan a personas). Las
generales son básicamente una especie de "guerra económica", el medio
por el que se obstaculiza el crecimiento de otros países mediante la aplicación
de mayores aranceles, barreras comerciales y restricciones a las transacciones
financieras. Se cree que al reducir el margen de maniobra en la economía
internacional, el país sancionado sufre una recesión económica que se
convertirá en un conflicto político desestabilizador.
Pretenden provocar una
capitulación de los gobiernos o un cambio de régimen (esperando una revuelta
interna de la población exasperada por la difícil situación económica que se
supone que provocan las sanciones). El objetivo final es la capitulación ante
las exigencias estadounidenses o la caída de los gobiernos que Washington
considera no alineados con sus intereses.
Las sanciones personales,
al igual que las sanciones generales, son también una herramienta destinada al
cambio de régimen mediante la organización de un golpe cívico o militar,
intentando construir un aura de riesgo en torno a la figura del sancionado. Las
sanciones personales tienen dos objetivos: golpear directamente los intereses
de los grupos dirigentes para hipotecar negativamente su capacidad de gobernar.
Al dar a entender que la hostilidad es con elllos y no con el país, tratan de
influir en la posible rotación del grupo gobernante.
Se dirigen tanto a los
adversarios como a todos aquellos, incluso amigos, que mantienen intercambios
con esos adversarios. Un ejemplo llamativo es la Ley Helms-Burton de 1996,
destinada a hundir a Cuba y considerada la piedra angular de la extensión de la
jurisdicción estadounidense a todo el mundo. Se trata de una
extraterritorialidad que carece de base legal, y los propios EEUU niegan la
legitimidad de las medidas extraterritoriales cuando se les acusa de conductas
ilegítimas en los mercados y de la numerosa serie de crímenes de guerra, que en
Washington denominan "Doctrina de Seguridad Nacional".
La extraterritorialidad
de Helms-Burton hace que los países que comercian o realizan transacciones
financieras, inversiones o asistencia técnica con la isla sean considerados
"cómplices" de Cuba y, por ello, receptores de sanciones no menos duras.
Para un banco, sea europeo o asiático, africano o latinoamericano, acabar
sometido a sanciones por realizar transacciones con un país o un sujeto
incluido en la lista negra estadounidense supone la prohibición de operar en
dólares en el sistema Swift (con sede en Bélgica pero controlado por EEUU). Por
eso las sanciones de Washington tienen el don de la
"extraterritorialidad": su impacto va mucho más allá del territorio
estadounidense, ya que también deben ser aplicadas, voluntaria o
involuntariamente, por muchos otros países que pueden no compartir sus razones.
Los franceses del BNP,
multados por realizar transacciones financieras con La Habana, saben algo de
esto. BNP Paribas, en 2014, tras admitir haber ejecutado miles de transacciones
con países incluidos en la lista negra estadounidense, aceptó pagar una multa
de 8.900 millones de dólares y se vio obligado a suspender durante un año sus
operaciones de compensación de dólares en Nueva York. ¿Podrían no haber pagado?
No es tan sencillo. Si no hubieran pagado, ya no se les habría permitido operar
en el mercado estadounidense, sus activos en Estados Unidos (incluida su sede)
habrían sido embargados y se habrían presentado cargos penales contra
accionistas, consejos de administración y ejecutivos. Ni siquiera el pirata
Francis Drake operaba así.
Sin embargo, cada vez
más, las sanciones tienen también otra finalidad: la de intervenir directamente
en la competencia en los mercados internacionales de diversos productos para
ayudar al comercio estadounidense. Desde que el crecimiento de las economías
china y rusa y el respectivo aumento de su influencia política empezaron a
desafiar la posición dominante de EE.UU. en los mercados, las sanciones también
parecen dirigirse a los competidores más que a los adversarios políticos. El
procedimiento es siempre el mismo: a raíz de expedientes sobre supuestas
violaciones de los derechos humanos o de cualquier otra tesis, Estados Unidos
decide emitir sanciones contra los países que perjudican su posición en los
mercados y, más en general, su gobernanza internacional. Estos, incapaces de
comerciar porque no pueden utilizar el dólar y el sistema Swift en las
transacciones bancarias, verán caer en picado el valor de sus productos. Lo
cual, automáticamente verá aumentar el valor de los EE.UU. que compiten con
ellos.
Al impedir que sus
competidores comercien, Estados Unidos se convierte en el líder del mercado por
la fuerza. Este segundo objetivo es incluso independiente de la alineación
internacional: prueba de ello es que incluso los países políticamente aliados
de Washington pueden sufrir sanciones estadounidenses, como ocurrió en el caso
de Alemania por el North Stream 2. Al fin y al cabo, Alemania era la única
economía que -debido a su peso político y al tamaño de su economía- amenazaba
el dominio estadounidense. En resumen, el mercado es como las elecciones: libre
sólo si gana Estados Unidos. Y, si los EE.UU. no ganan, habrá que crear las
condiciones para que ganen de todos modos, véase golpes de estado, ya sean
“blandos” o clásicamente virulentos.
El efecto boomerang
El fracaso sustancial de
las sanciones occidentales contra Rusia está viendo crecer las objeciones en
los círculos financieros de Washington. En efecto, analistas y participantes en
el mercado consideran que la política de sanciones hacia la mayor parte del
planeta no sólo no produce resultados apreciables con respecto a sus objetivos
declarados (ningún gobierno ha caído jamás bajo los golpes de las sanciones
estadounidenses), sino que además repercute negativamente en la propia economía
de los EE.UU. Por eso plantean la cuestión de forma alarmada e invitan a las
obsesiones ideológicas de las administraciones estadounidenses a ser más
prácticas revisando las extravagantes tesis de carácter desestabilizador que
creen, en un mundo cada vez más interdependiente, que pueden utilizar la
economía para golpear a otros sin sufrir a su vez graves daños colaterales.
Las sanciones, de hecho,
impiden que los propios productos estadounidenses accedan a mercados
estratégicos. Rusia, China, Irán y Venezuela son mercados muy importantes,
necesarios para las mercancías estadounidenses, que sin embargo permanecen en
los almacenes precisamente por la imposibilidad de comerciar con los países
sancionados. Un boomerang que perjudica gravemente la balanza comercial.
La crítica más reciente
apareció en la revista geopolítica Foreign Policy, donde Christopher Sabatini,
investigador principal para América Latina del centro de estudios londinense
Chatham House, escribió que "para Washington, es hora de reconocer que su
afición a las sanciones puede derribar su propio poder económico y diplomático
en todo el mundo".
Es precisamente la
insostenibilidad de las sanciones lo que está impulsando a tantos países a
unirse a los BRICS, que quieren un modelo de relaciones internacionales y
políticas de mercado comercial mundial libre del uso ilegítimo y fraudulento de
las sanciones. China, Rusia e Irán se ven afectados por las medidas
occidentales, pero Brasil, India y Sudáfrica y todo el Sur global comparten la
urgencia de una nueva arquitectura económica, política y financiera mundial que
derrote la arrogancia occidental. La peor pesadilla para Washington y Wall
Street y la única salida para sus víctimas.
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