Los retos de la Sociología
Institucionalización de la ciencia.
Nos interesa abordar dos aspectos centrales que comparten todas las ciencias en tanto que: a) son sistemas de conocimientos disciplinarios y b) son instituciones sociales.
Este segundo aspecto recalca la naturaleza social de las ciencias, donde la producción de conocimientos científicos implica cierto sistema de relaciones entre organizaciones científicas, miembros de comunidades científicas y, desde luego, el sistema de normas y valores propios de la actividad científica.
La naturaleza social e institucional de la ciencia subraya el hecho de que estamos ante una forma de conciencia social, un fenómeno profundamente sociocultural que depende de diferentes fuerzas sociales, creencias y valores que determinan las prioridades de una sociedad ante el desarrollo científico, definiendo de tal forma su talante y su compromiso con las generaciones presentes y futuras.
Siguiendo este hilo conductor, la sociología nace tratando de responder a la necesidad social de producir conocimientos para explicar el profundo cambio de época que hizo posible la emergencia de la modernidad en Europa, durante los siglos XVII y XIX. La legitimidad que vino adquiriendo la sociología (desde que emergió en la segunda mitad del siglo XIX) descansó justamente en la necesidad de entender la naturaleza y el alcance de este cambio histórico que sacudió las raíces mismas del viejo orden social en todas sus dimensiones: culturales, políticas, económicas y sociales.
Buena parte del quehacer sociológico en esta primera etapa fundacional (“la época de los clásicos”), estuvo orientado a la búsqueda de planteamientos teóricos y metodológicos propios de la disciplina recién nacida, apuntando hacia lo que llamamos “perspectiva sociológica”, es decir, el enfoque que caracteriza su objeto de estudio (las relaciones e interacciones sociales), un enfoque que la distingue de otras disciplinas a la hora de saber plantear (y responder) preguntas alrededor de: las características de la sociedad “moderna” vs la sociedad “tradicional”; las bases normativas de la convivencia social (el “orden social”) una vez que se desmoronaron las bases tradicionales y religiosas de la convivencia y de la legitimidad sociopolítica; las transformaciones estructurales de la economía, sobre las bases del nuevo modo de producción capitalista; el impacto sociocultural de las grandes urbanizaciones; la emergencia de nuevas clases sociales en el marco del nuevo sistema de desigualdades; los efectos del progreso técnico y tecnológico en las fuerzas productivas; el nuevo sistema de dominación política; la “cuestión social” de la época; las condiciones estructurales y subjetivas del cambio social…en fin, una larga lista de intereses temáticos que mencionamos con el único propósito de plantear una primera reflexión: el desarrollo de la sociología se caracteriza por una doble vocación donde el interés para responder a la demanda cognoscitiva sobre las sociedades de sus tiempos, se entreteje con el interés de explorar los enfoques teóricos y metodológicos más apropiados para fortalecer la capacidad explicativa de la sociología. Dicho de otra forma, el avance de la sociología camina hacia dentro y hacia fuera: hacia dentro para fortalecer los presupuestos teóricos y epistemológicos de su objeto de estudio (sin los cuales no hay progreso de la disciplina) y hacia fuera, hacia la explicación y comprensión de los procesos sociales, a través de la práctica investigativa sin la cual únicamente tendríamos una sociología académica.
Se observa aquí una doble relación: por un lado la sociología nace de la necesidad social de explicar el desarrollo de la sociedad moderna y en este sentido es creación social; por otro lado, su legitimidad y reconocimiento social dependen de su impacto cognoscitivo en el desarrollo de todas las esferas de la vida pública. En suma, la actividad sociológica no es una simple “respuesta” explicativa ante las nuevas necesidades sociales, sino que tiene un “retorno” en términos de mayor desarrollo disciplinario y uso social del conocimiento. En fin: la sociología se desarrolla en este proceso de ida y vuelta (de la sociedad a la sociología y viceversa) tratando de dar respuesta a los fenómenos sociales de su tiempo, pero en esta búsqueda afina las herramientas teórico-metodológicas de la disciplina, herramientas que finalmente se convierten en su propia identidad disciplinaria y profesional. Es inevitable mencionar que el uso del conocimiento no es algo “espontáneo”; por el contrario, se trata de un proceso orientado en términos ideológicos y comunicacionales.
El debate público que se genera alrededor de los conocimientos ofrecidos por el desarrollo de la sociología crea las condiciones para que la sociedad pueda pensarse a sí misma, pueda desarrollar su conciencia social, pueda avanzar en la definición de su agenda… y pueda, finalmente, identificar aquellos planteamientos que no nacen de nuestra propia realidad y tienen una “cola” que nos conecta directamente a las oficinas centrales “Made in Occidente” del Imperio.
Ahora bien, si queremos garantizar que el “retorno” de nuestra actividad sociológica sirva para alimentar nuestros propios conocimientos y fortalecer los procesos de cambio que, desde el sur, estamos promoviendo, entonces se necesitan dos condiciones básicas: primero, profesionales de la sociología muy competentes y socialmente comprometidos; segundos, una disciplina –la sociología- con un nivel aceptable de institucionalización.
Breve reseña de la institucionalización de la sociología
La institucionalización de la sociología tiene pautas parecidas a las de otras ciencias y supone ciertos indicadores tales como: la presencia de carreras de sociología; la presencia de docentes especializados en diferentes temáticas; la existencia de oportunidades para publicar en revistas especializadas; el acceso a financiamiento y otras condiciones logísticas para poder investigar; la existencia de espacios de intercambio, congresos y seminarios, para compartir avances de la disciplina; desde luego, la existencia de comunidades científicas que están compuestas por diferentes grupos, de acuerdo con sus intereses disciplinarios e interdisciplinarios.
El proceso de institucionalización de la Sociología en América del Sur y México comenzó en la década de 1950, con la creación de programas curriculares en la mayoría de las Universidades Públicas de Venezuela (en 1953), Buenos Aires (en 1956), México (en 1957), Chile (en 1958), Perú (en 1961), Colombia (en 1959), entre otras.
En esta primera etapa fundacional, los aportes más significativos a la Sociología procedieron del Cono Sur y de México; en América Central el proceso fue más lento, debido a que el desarrollo de la institucionalización fue más tardío y se extendió a lo largo de la década de 1970: inició en Costa Rica, en la Universidad de Costa Rica (1966) y en la Universidad Nacional (1974); siguió en la Universidad Centroamericana (UCA) de Nicaragua (1974); en la Universidad Simeón Cañas y la Universidad de El Salvador (entre 1963 y 1974) y siguió en la Universidad San Carlos de Guatemala (1979) y finalmente en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) en 1989.
Sobra decir que la institucionalización de la sociología –como de cualquier otra ciencia- es un proceso, por tanto las fechas de referencia corresponden únicamente a la fundación de las carreras de sociología.
A pesar de la coyuntura desfavorable, en esta etapa fundacional de la disciplina en Centroamérica encontramos dos importantes factores que contribuyeron a su desarrollo:
Se mantuvo vivo el interés de institucionalizar espacios de promoción y proyección de la disciplina. Por ejemplo, en 1974 se fundó la Asociación Centroamericana de Sociología (ACAS) y se celebró su primer congreso. En ese mismo año 1974 y siempre en San José de Costa Rica, se realizó el XI Congreso Latinoamericano de Sociología de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y en 1983 Nicaragua fue la anfitriona del XV Congreso de ALAS. En Nicaragua, se formó la Asociación Nicaragüense de Científicos Sociales "ANICS" y se llevó a cabo el Segundo Congreso Nicaragüense de Ciencias Sociales “Carlos Manuel Gálvez”, en 1982. Asimismo, se fundaron varios centros interdisciplinarios con participación de sociólogos: el Centro de Investigaciones y Estudios de la Reforma Agraria (CIERA), establecido en 1980; el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (INIES), a partir de 1981, que posibilitará luego constituir la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas; el Centro de Investigaciones y Documentación de la Costa Atlántica (CIDCA), fundado en 1982, entre otros.
Otro factor significativo fue el gran esfuerzo realizado para promover un espacio regional de la sociología. Destaca en este sentido, la labor realizada por el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) quien promovió iniciativas de intercambio institucional, apoyo curricular, formación académica e investigativa, como fue el apoyo dedicado al Programa Centroamericano de Ciencias Sociales. Otro espacio regional fue la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), creada en 1957 por iniciativa de la UNESCO con el estatus de organismo internacional, intergubernamental, regional y autónomo. Finalmente, no podemos dejar de mencionar al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), una institución internacional no-gubernamental con status asociativo en la UNESCO, creada en 1967.
Finalizando, vale la pena recordar que el proceso de institucionalización de la sociología fue también bastante largo en el continente Europeo, pues también en esta parte del mundo influyeron los acontecimiento que sacudieron al viejo continente, en particular, las dos guerras mundiales. Sin embargo, la ventaja de esos países consistió en que el proceso de creación y consolidación de las bases teóricas y metodológicas de la disciplina, comenzó mucho antes que en los países latinoamericanos, ello debido a que los “clásicos” de la sociología crearon las bases del pensamiento sociológico recurriendo a las fuentes filosóficas más avanzadas de su tiempo, lo que no fue posible en nuestro continente por su condición de colonia.
El desarrollo como eje temático de la primera etapa de institucionalización
La “cuestión del desarrollo” se convirtió en el eje temático de primordial interés que acompañó esta primera etapa fundacional de la sociología en América Latina. Recordemos que el “desarrollo” fue uno de los principales pilares identificados por Naciones Unidas cuando se rediseñó la nueva arquitectura institucional que iba a regular las relaciones internacionales del Nuevo Orden Mundial, al finalizar la Segunda Guerra.
No hay duda que la temática del desarrollo tuvo tanto apogeo debido también al liderazgo intelectual de Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica Para el Desarrollo de América Latina y el Caribe (CEPAL), quien propuso un enfoque estructuralista que analizaba el sistema económico mundial en términos de “centro-periferia”.
Este debate temático alrededor del desarrollo, propició un gran avance en el mismo proceso de institucionalización de la sociología, pues motivó una considerable actividad investigativa y contribuyó a una significativa relectura de nuestra propia historia, retomando las bases del pensamiento sociopolítico fecundado por personalidades de la altura de Bolívar, Martí, Sandino, Mariátegui, interesados en comprender la naturaleza profunda de la sociedad post-independentista, su especificidad social y cultural. Aunque este pensamiento social no goce del adjetivo “científico”, sin embargo ha sido precisamente esta narrativa fuertemente ética y sociopolítica que ha sembrado las condiciones de posibilidad para el surgimiento de un proyecto sociológico propio.
Tanto en el Cono Sur como en el caso centroamericano, el proceso de institucionalización se produjo en el medio de una coyuntura compleja, pues en la década de los setentas iniciaba a su vez la nueva etapa de hegemonía neoliberal (inaugurada con el sangriento golpe de Estado en Chile en 1973) que coincidió con el proceso de globalización económica y un conjunto de políticas recesivas (conocida como “ajuste estructural” o ESAF) dirigidas a desmantelar el modelo de desarrollo impulsado por la CEPAL.
El debate que estamos esquematizando someramente, se desarrolló en un contexto de profundo compromiso teórico y social cuyo resultado fue una nueva generación de jóvenes (sociólogos y economistas) de la talla de Celso Furtado, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel y Fernando Henrique Cardoso, Ruy Mauro Marini, Teotonio Dos Santos, Rodolfo Stavenhagen, entre otros. También en América Central, el problema del desarrollo periférico conjuntamente con la persistencia del Estado oligárquico, tomó como referente el enfoque dependentista, destacando figuras de la altura de Edelberto Torres Rivas y Daniel Camacho.
Este debate trascendió las fronteras del continente y se dio a conocer hasta Europa, un debate crítico (conocido como “dependentismo” o “teoría de la dependencia) que supo incorporar a la temática del desarrollo periférico los nuevos aspectos socio-políticos e históricos inherentes a la naturaleza del Estado, de las clases y del sistema de dominación.
Mientras que la CEPAL trabajaba en la solución reformista del (mal) llamado “subdesarrollo”, varios economistas y sociólogos influenciados por el marxismo y la heroica Revolución Cubana, plantearon un paradigma crítico tratando de señalar que desde las condiciones de sociedades periféricas la única salida posible era el Socialismo: “Socialismo o Barbarie”.
Se trataba desde luego de una postura no solamente académica, sino política y revolucionaria, expresión de una fuerte tensión entre el compromiso teórico y el compromiso político, ambos apuntando a lo mismo y en ambos casos radicales, aunque con precios muy altos, para unos más que para otros. La trágica muerte de Camilo Torres luchando en la guerrilla en 1966, constituye sin duda el ejemplo vivo de lo que tratamos de decir.
Al llegar a este punto, conviene detenernos brevemente para compartir una segunda reflexión: los momentos clave del desarrollo de la disciplina han coincidido con escenarios de fuerte enfrentamiento político-ideológico, tales como la embestida militar de las dictaduras y la contrarrevolución neoliberal. En estas circunstancias, la sociología ha sido atacada desde los dos rasgos de las ciencias que se mencionan en el primer párrafo del documento, esto es: como sistema de conocimientos disciplinar y como institución social. Desde los dos flancos se ha tratado de deslegitimarla y desde los mismos hay que saber responder, consolidando el poder explicativo de la sociología y a la vez su capacidad crítica de saber desvelar lo que la ideología dominante oculta.
Borrar la memoria, destruir la esperanza
Este periodo de auge, a través del cual la sociología había logrado afianzar una generación de investigadores fogueados, se interrumpió violentamente con la militarización progresiva de la región y con la represión ejercida por los golpes de estado que en la primera mitad de los 70s intervinieron las Universidades y Centros de Estudios: en Uruguay (1973); Bolivia (1971); Chile y Uruguay (1973;) Argentina (1976); Perú (1975); sin considerar los casos de Paraguay (desde 1954) y Brasil (1964); tampoco se considera el caso de las intervenciones represivas en México.
Asimismo, Centroamérica fue también testigo y víctima de este proceso de militarización del Estado, ejercido por la dinastía Somoza en Nicaragua (hasta 1979); el Estado militar contrainsurgente de Guatemala, desplegado durante el gobierno de Jacobo Arbenz que sucumbió con la intervención militar estadounidense de 1954; en Honduras durante el mandato de Oswaldo López Arellano (1972-1975); en El Salvador, con el golpe de Estado dirigido por el coronel Adolfo Majano el 15 de octubre de 1979.
Mencionamos estos acontecimientos no por obligación historiográfica, sino para recordar la voluntad del Imperio y de las oligarquías de arrasar (recordemos la “Operación Cóndor”) no solamente con los partidos y movimientos de izquierda, sino con todo rastro cultural de compromiso político, hacer desaparecer (hasta con los propios cuerpos) todo indicio de militancia y solidaridad.
La experiencia traumática de muertes, desapariciones y torturas influyó en desplazar el interés en el ámbito existencial de la vida y la muerte, poniendo en el centro del debate no el proyecto revolucionario sino el derecho a la vida y la denuncia del Estado Autoritario.
Ciertamente, el desplazamiento conceptual alrededor de las nociones de “autoritarismo” y “derecho a la vida” unido a la sensación de derrota de los procesos revolucionarios en América Latina, contribuyó a un arrinconamiento del rol transformador de la sociología.
Corriendo el riesgo de esquematizar arbitrariamente la lectura de este periodo de crisis, podemos afirmar que mientras un grupo de intelectuales se disipó en la oleada más generalizada del “reflujo”, otro se orientó a la tarea de revisar y renovar los presupuestos del enfoque marxista que había sustentado el perfil de la lucha revolucionaria. Dicho sea de paso, el grueso de los “teóricos de la dependencia” siguieron en una postura teóricamente coherente, lo que habla muy bien de la fortaleza tanto teórica como ideológica de su formación.
Sin embargo, lo cierto es que la acción política de izquierda perdió el sustento teórico que hacía verosímil la lucha revolucionaria en contra de un enemigo que había demostrado –con el uso de la violencia feroz y sanguinaria, su firme ideología anticomunista dispuesta a erradicar toda huella hasta del imaginario de izquierda. El otro lado de la moneda fue que la sociología -en esta etapa y en América Latina- mermó su vocación política y su relación con la acción política al quedar huérfana de referente teórico e ideológico.
Parafraseando a Gramsci, un grupo de profesionales de las ciencias sociales pasaron de ser “intelectuales orgánicos” al servicio de las clases oprimidas, a intelectuales “orgánicos” de un proyecto global neoliberal, expertos (re)productores de ideas y consenso alrededor de los ejes clave de este discurso, y sobre todo apologetas del triunfo del capitalismo como fuerza ideológica que descansa en el “sentido común” de que ‘no hay alternativas’…
Lo cierto es que esta etapa -que abarca desde los setentas hasta los noventas- ha sido particularmente difícil para toda la sociología del continente y se vivió como una época de “crisis” de la sociología, reflejada en el descenso de la matrícula en ciencias sociales en general, a nivel de la mayoría de las Universidades. Se trató entonces de analizar esta tendencia a la baja de la demanda, se procuró luego de hacer más atractiva la oferta, se procedió por lo tanto a la transformación curricular, entre otras iniciativas.
Todo lo anterior se hizo, en algunos casos bien, en otros regular… Lo que no se hizo, o se hizo muy poco, fue el análisis crítico de lo que había pasado (y seguía pasando) a lo largo de tres décadas donde se crearon condiciones que sí ameritan la calificación de “crisis”, debido a que se cuestionaron los referentes teóricos y temáticos de la disciplina, mermando la fuerza explicativa de conceptos clave de la “narrativa” sociológica aplicada a la historia del continente.
En efecto, el esquema central del análisis sociológico basado en la emergencia histórica de procesos de movilización social, portadores de proyectos políticos de transformación, con un fuerte contenido nacional-popular presionando por un cambio drástico de la naturaleza oligárquica del Estado como condición indispensable para salir de la condición de capitalismo dependiente, todo eso evaporó y la reivindicación popular de igualdad, justicia social y cambio del sistema sociopolítico se convirtió –desde las fuentes oficiales que dirigieron este proceso- en reivindicación de la democracia representativa.
En realidad, el llamado proceso de “transición democrática” que se inició en América Latina a finales de los años 70 y terminó a principios de los años 90s, no implicó ningún proceso de democratización real y en realidad fue una doble transición: no sólo hacia la democracia representativa, sino hacia un cambio del modelo de desarrollo (y del Estado), ahora bajo inspiración neoliberal, que venía a reforzar el protagonismo del mercado en una región en donde el papel del Estado, en el ámbito económico y social, había sido desde siempre muy discreto.
En este contexto de ofensiva neoliberal, el proceso de institucionalización de la sociología sufrió un estancamiento en su mismo “espacio natural”, es decir, la Universidad. En aquellos países donde este proceso aún estaba incipiente, como en el caso de Nicaragua, el estancamiento se convirtió en crisis. El término “crisis”, se atribuyó supuestamente a la insuficiencia explicativa de la teoría sociológica, pero en realidad era sobre todo una crisis del papel intelectual de las y los sociólogos, es decir, una crisis de naturaleza ideológica, considerando la ideología como la base de las representaciones sociales y de la forma en que nos representamos a nosotros mismos, compartidas por los miembros de un grupo; en este caso, las representaciones de una intelectualidad que se ve a sí misma por encima de las partes, una forma de ocultar la verdadera crisis de identidad de un grupo social que hace un tiempo había tenido cierto papel y reconocimiento.
Se creó entonces un escenario donde la sociología por un lado se encerró en su función de docencia (con bajo vuelo en la investigación y extensión) mientras que, por otro lado, se crearon diversas otras alternativas para la práctica sociológica al margen de las instituciones académicas. Hablamos de los nichos de mercado creados por las múltiples ofertas de la Cooperación Internacional y el variado mundo de las ONGs. Tal como se abordó en la primera parte del artículo, el divorcio entre la labor académica carente de perspectiva investigativa y la labor investigativa carente de perspectiva académica, ha retrasado el proceso de institucionalización de la sociología.
Finalmente, terminamos con una tercera reflexión: así como la función profesional de la sociología debe estar en capacidad de explicar la vida social, la función pública debe saber intervenir críticamente en el debate. Pero hay una función crítica muy poco definida y que no puede quedar restringida a unos pocos adeptos. No hablamos de la función crítica de la sociología en los espacios oficiales de las Universidades, de la televisión, o de otros medios. Hablamos de la ideología dominante que logra consolidar su hegemonía al convertirse en “sentido común” y es desde esta forma de pensamiento cotidiano que penetra el “mensaje” ideológico que se fundamenta no en lo que se dice sino en el “no decir”, en excluir ideas o discursos alternativos, en distraer el pensamiento de lo real, en ocultar las contradicciones, en ofrecer una lectura supuestamente imparcial… ¿Cómo intervenir en este proceso de circulación de mensajes y reproducción ideológica del sentido común, con qué medios? ¿Es posible pensar –conjuntamente con otras disciplinas- en ampliar y profundizar la función crítica de la sociología “desde abajo “sin caer en la propaganda directa o en el activismo político?
Conclusiones a manera de desafíos
El avance de la sociología sigue un camino de doble vía: desde la sociedad (que plantea interrogantes propios de la época y del contexto) a la sociología (que se legitima a medida que ofrece explicaciones científicamente comprobables) y desde la sociología a la sociedad, pues al tratar de buscar respuestas y explicaciones, la disciplina sociológica afina sus herramientas teórico-metodológicas y por lo tanto desarrolla mayor poder explicativo que redunda en una mayor comprensión de las sociedades en que vivimos.
Sin embargo, este proceso es posible solamente si contamos con un nivel adecuado de institucionalización de la disciplina sociológica, cuya primera etapa corresponde a la profesionalización de la misma, es decir, a la formación de profesionales muy competentes y socialmente comprometidos.
La formación profesional, es una condición necesaria pero no suficiente para poder hablar de institucionalización de la disciplina: se necesita, además, de revistas especializadas para publicar, condiciones adecuadas para investigar, espacios de intercambio para compartir avances, en suma, más allá de una comunidad académica, se necesita una comunidad científica –por lo menos de alcance nacional- donde tengan cabida diferentes grupos de acuerdo con sus intereses disciplinarios e interdisciplinarios. El fortalecimiento de la comunidad científica, además, es la garantía para poder desarrollar -sobre bases sólidas- también una figura jurídica vinculada a la defensa de los intereses corporativos de la disciplina, por ejemplo un colegio o una asociación.
El desarrollo de la sociología en Nicaragua descansa en su capacidad para institucionalizarse y únicamente desde esta perspectiva es posible responder a los desafíos teóricos, formativos e investigativos a partir de los cuales consolidar una comunidad científica de la disciplina.
Como observábamos en la primera parte de esta comunicación, Nicaragua hereda cierto déficit de producción sociológica por el hecho de que buena parte de las investigaciones realizadas han respondido a las agendas y a los financiamientos de las agencias de cooperación. En este contexto, el divorcio entre la labor académica carente de perspectiva investigativa y la labor investigativa carente de perspectiva académica, ha sido un elemento de retraso para la institucionalización de las ciencias sociales. Este es un desafío a superar en el mediano plazo, que implica cerrar la brecha entre lo académico y lo investigativo, identificar los ejes temáticos desde los cuales poder construir una agenda propia de investigación, volver a ocupar los espacios de debate y de publicación que han sido tomados como trinchera de divulgación de mentiras por los “paladines ideológicos” del Imperio.
Otro gran desafío apunta a la necesidad de reconstruir las bases del pensamiento crítico latinoamericano, sin las cuales los esfuerzos explicativos carecen de potencial emancipador y liberador. Se trata entonces de saber trascender de lo teórico a lo epistemológico, conscientes de que el desarrollo del pensamiento crítico se construye desde la perspectiva de los sujetos a los cuales apela, esto es, los sujetos oprimidos del sur.
Pero trabajar desde la perspectiva de los sujetos es una propuesta válida solo si estamos en la capacidad de intervenir en el proceso de reproducción ideológica del sentido común, entendido como forma de pensamiento cotidiano a través del cual penetra el mensaje ideológico dominante.
Un mensaje cuyo contenido político-ideológico se enlaza a dos desafíos estratégico: a) consolidar las nuevas bases de acumulación capitalista recobrando la hegemonía financiera y tecnológica “amenazada “por la competencia de los “nuevos enemigos” que vienen de oriente; b) ganar la guerra ideológica, reforzando la embestida mediática y comunicacional que vuelve a reposicionar –sin dudas o vacilaciones- quien es quien en el nuevo tablero internacional.
Concluyendo, hemos podido observar con cuántas dificultades se ha logrado mantener el interés por desarrollar la perspectiva sociológica desde la realidad latinoamericana, en contextos adversos de vidas destrozadas por la violencia y el hambre. Pues bien, hoy, al igual que antes, asumimos el desafío de fortalecer la sociología en Nicaragua consciente de la lucha teórica e ideológica que ello implica no solo en el ámbito nacional sino también en el escenario mundial.
Autor: Lorenzo Romeo (Sociólogo)
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