Nicaragua, el desafío continúa
*Fabrizio Casari*
Managua. En una sobria
ceremonia, el comandante Daniel Ortega inició hoy su cuarto mandato
presidencial. En presencia de delegaciones internacionales que representaban a
21 países, y de más de 300 representantes de partidos y movimientos de Europa,
Estados Unidos y América Latina, entre pañuelos rojos y negros y guayaberas
blancas, el Comandante lució por cuarta vez consecutiva la banda presidencial.
Esto marcó el inicio de un nuevo mandato para el líder sandinista, que devolvió
al FSLN a su papel natural, el de gobierno.
Celebrando el evento,
junto a su gente están sus amigos, compañeros y hermanos. Los que siempre y
para siempre han sido el escudo, los más recientes se convertirán en él. Son la
parte delantera de las espaldas rectas, personas verticales que montan ideas
circulares. Mujeres y hombres que han cambiado el destino de sus respectivos
países, no las cuentas de sus respectivos banqueros. Se trata de análisis y
objetivos compartidos, internacionalismo y amistad; es un frente común basado
en el respeto mutuo y la solidaridad recíproca, que es la implicación concreta
de la amistad.
Ahí está Nicolás
Maduro, presidente de Venezuela, asediado pero victorioso, capaz de descender a
los infiernos y resurgir utilizando la vía rápida. Ahí está Miguel Díaz Canel,
presidente de Cuba, expresión del socialismo cubano bloqueado pero nunca
aislado, que gana incluso cuando está rodeado. Está el presidente de Honduras,
todavía en funciones, que sabe que se arriesga mucho al participar en esta
inauguración. Están los ex presidentes de Guatemala y El Salvador y, sobre
todo, están los ministros de China, Rusia e Irán, que vienen a dar testimonio
de la centralidad política de Nicaragua en el tablero latinoamericano. Se hizo
especial hincapié en la presencia del Vicepresidente de la Asamblea Popular
China (Parlamento), enviado especial de Xi, con quien Nicaragua, en las horas
previas, había firmado numerosos contratos de suministros y servicios en
diversos ámbitos.
La presencia de gran
parte del continente en la toma de posesión de un gobierno que las
instituciones estadounidenses y de la OEA dicen no reconocer es también fruto
de un inicio de recomposición de las relaciones entre los países progresistas y
socialistas que dio sus primeros pasos significativos en la reciente reunión de
la CELAC en Buenos Aires. Se abrió un importante camino de escucha y respeto
mutuo, de prevalencia de la solidaridad y el encuentro sobre la exacerbación de
las diferencias, del punto de vista latinoamericano sobre la interpretación del
derecho internacional y del sentido profundo de lo que significa una comunidad
política.
Los ausentes
En las celebraciones de la toma de posesión de Daniel Ortega y Rosario Murillo están ausentes Estados Unidos, la Unión Europea y la OEA, lo que demuestra cómo los prejuicios políticos son la clave del sistema de relaciones que adoptan: si eres independentista, si eres sandinista, socialista, antiimperialista, entonces no eres reconocido. Si no te ofreces a ceder tu soberanía nacional a los organismos que el nuevo sistema imperial propone para velar por sus intereses, entonces no eres respetado, a lo sumo indicado; no eres un país, eres un enemigo.
La OEA dice que no
reconoce las elecciones sin su supervisión, pero cuando las supervisa organiza
golpes de Estado. Dice que respeta la democracia pero reconoce a los gobiernos
golpistas. También dice que no reconoce las elecciones irregulares, pero tiene
como representante de Venezuela a un don nadie que nunca fue elegido para nada.
Y, paradoja entre las paradojas, los países latinoamericanos que no reconocen a
Guaidó también dejan que sus embajadores voten con él en la OEA en contra de
los gobiernos de países legítimamente elegidos. Un lío de hipocresía y
estupidez política, un auténtico ejemplo de chapuza jurídica.
La derecha afirma que
la ausencia de Europa y Estados Unidos indica el aislamiento del gobierno
sandinista, pero la verdad es exactamente lo contrario: las ausencias, al igual
que las presencias, son un hecho político. Y si los primeros confirman la
hostilidad del imperio y de sus seguidores, los segundos muestran cómo
Nicaragua puede situarse ahora en una órbita precisa de la confrontación
internacional, o más bien en la que considera el multilateralismo y el respeto
del derecho internacional como las dos patas de la gobernanza mundial. El hecho
de que un país de seis millones de habitantes, del tamaño de una región de
Italia y con un PIB que ocupa el puesto 140 del mundo, reúna a representantes
de 2.500 millones de personas en una ceremonia que tiene poco de protocolaria y
mucho de política, demuestra la capacidad del Comandante Ortega para situar a
Nicaragua en el centro del tablero internacional.
Cinco años más
El mandato de Daniel
Ortega es claro: continuar y mejorar un experimento político y social que ya ha
conseguido resultados extraordinarios, mucho mayores de lo que muchos habían
previsto la noche del 7 de noviembre de 2006, cuando el CNE anunció que, tras
dieciséis sangrientos años de hambre y miseria, de inanición, corrupción y
represión en nombre del liberalismo, el sandinismo volvía a gobernar el país.
Tras dieciséis años de noche oscura, las luces volvieron a encenderse: el
pueblo fue elegido Presidente.
Ese voto que dio la
victoria el 7 de noviembre de 2006 casi se ha duplicado. Haciendo oídos sordos
al descenso fisiológico del consenso que acompaña al establishment en todas
partes, aquí los porcentajes de consenso fueron los más altos de todas las
elecciones de los últimos 14 años. Más del 65% de participación y el 76% de
apoyo al FSLN hacen que las elecciones de noviembre de 2021 sean un triunfo
para el sandinismo y una fiesta cívica para el país. Desde Miami, como desde
Bruselas, se habló de abstención, pero los nicaragüenses acudieron en masa a
las urnas, rechazando la cobardía de la indiferencia, propuesta por quienes no
son nada, ni tienen nada que proponer.
Se trata de la tasa de
participación más alta registrada en América del Norte, América Central,
América del Sur y Europa, lo que confirma el sentimiento entre gobernantes y
gobernados. El mensaje que llegó a Washington y a Bruselas era fácil de
descifrar: Nicaragua ejerce la democracia y no rehúye defenderla; es una tierra
de libertad y oportunidades para todos, pero no a costa de los derechos de
todos. Por eso se permite todo menos la traición a la patria, se tolera todo
pero no la violencia y la opresión, se entiende todo pero no el intento de
anular la voluntad del pueblo por la fuerza. ¿No reconoces el valor de este
mensaje? Paciencia, los sordos profesionales, que escuchan música sin sonido,
seguirán siendo un detalle insignificante.
El 76% de los votos
obtenidos, aproximadamente, no se puede dar por sentado. Vinieron como
consecuencia de lo que se había hecho, mereciendo el qué, el por qué, el cómo y
el cuándo del más formidable, amplio y extenso proyecto de modernización del
país jamás concebido en la historia secular de Nicaragua. Han demostrado que no
ha habido un apagón entre las promesas y su cumplimiento, que la materialidad
de las condiciones de vida de la población es ahora diferente.
El flujo del gasto
corriente se ha garantizado con el impuesto sobre la renta, mientras que los
créditos internacionales han financiado las grandes obras y proyectos que han
marcado a la nueva Nicaragua en todos los ámbitos. Es cierto que la labor de
modernización del país continúa, en parte porque las ambiciones compiten con la
realidad y casi siempre la superan. Pero mirando al "antes" y al hoy,
no cabe duda: no se ha desperdiciado ni un día, ni un dólar se ha malgastado,
ni un problema ha quedado sin solución, al menos parcial, ni un temor ha
quedado sin atender.
Nicaragua, a través de
la entrega de tierras y viviendas, ha vuelto a ser propiedad de los
nicaragüenses. Las carreteras, la electricidad, el agua potable, el transporte,
la educación y la salud, los apoyos económicos y los planes de intervención
social han dado un nuevo rostro a la población, que se ha convertido en titular
de derechos públicos inalienables, de principios que se convierten en política.
Ha desterrado de una vez por toda la resignación, ha declarado improcedente la
impotencia y ha declarado ilegal la tristeza.
Estos 14 años de la
tercera etapa de la revolución sandinista han sido también la reafirmación
constante de su institucionalidad, terminando la época en que las instituciones
se dedicaban al derecho exclusivo del latifundio; hoy se han convertido
progresivamente en la representación de la sociedad nicaragüense. El país se ha
convertido en adulto, y en el juego de espejos ha tomado la apariencia de su
propio pueblo. Ha asumido indefinidamente la soberanía y la independencia,
elementos inseparables de cualquier futuro posible. Ha abierto los brazos
cuando ha sido necesario y ha cerrado los puños cuando ha sido inevitable,
porque los nicaragüenses son hombres de paz con espíritu guerrero.
Los ausentes de hoy son
ausentes porque la ausencia sirve para cubrir la impotencia. Gritan, amenazan,
sancionan en vano. Nicaragua es libre, soberana, solidaria y sandinista. Y no
hay nada ni nadie que pueda cambiar este estado de gracia.
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