Chile pasa página
*Fabrizio Casari*
Peligro
evitado. En las elecciones presidenciales chilenas, 15 millones de chilenos
tuvieron que elegir entre José A. Kast, el candidato fascista, abiertamente
nostálgico del dictador Augusto Pinochet, y Gabriel Boric, el candidato del amplio
centro-izquierda. La derecha saliente intentó por todos los medios y hasta el
último de allanar el camino a su hijo predilecto, llegando a bloquear el
sistema de transporte público para impedir que la gente acudiera a las urnas.
Pero no sirvió de nada. Los chilenos fueron a las urnas y el veredicto es
indiscutible: aunque se busquen explicaciones en la deserción del electorado de
Parisi, diez puntos de distancia entre el fascismo y la democracia miden el
termómetro político chileno.
La
victoria de Boric es, desde luego, importante porque evita la llegada a la
Moneda de un fascista, el candidato favorito de los Estados Unidos con quien
desde Bolsonaro a Duque, desde Trump a Salvini, es decir, la basura fascistoide
de los cuatro puntos cardinales, se habían gastado e ilusionado. Queda un dato
escalofriante que en este momento parece ser callado por muchos, si no por
todos: el 45% de los chilenos que fueron a votar dieron su preferencia a un
nostálgico del período oscuro y criminal que escribió la historia de Chile
durante casi dos décadas. Esto demuestra lo arraigada que tiene en el país la
ideología pinochetista, que escondiéndose detrás de la guerra contra el
comunismo concibe la política como un instrumento de guerra de clases, propone
un Chile de militares asesinos encargados de garantizar el poder de las
finanzas y de las corporaciones norteamericanas y contempla como única forma de
mejorar el país la guerra contra los pobres y no contra la pobreza, la
eliminación física y legal de toda forma de disidencia y no la participación.
La
primera reacción adversa, no por casualidad, fue la del mercado bursátil
chileno: un signo negativo de dos dígitos y un elevado aumento del tipo de
cambio con el dólar fueron las primeras señales de bienvenida de los grupos de
inversores institucionales (es decir, los bancos) y privados (las empresas).
Pero
la histeria de la derecha política y financiera por el resultado adverso no
debe dar lugar a ilusiones en la izquierda sobre el nuevo presidente. Boric no
es un socialista, cuando mucho un progresista sui generis. Puede que no muestre
una falta de dignidad como Castillo en Perú, pero no seguirá un camino muy
diferente al de Fernández en Argentina. Es, además, todo interno a ese
progresismo au caviar que considera al capitalismo como la única, última y
deseable página de la historia y que concentra el posible proceso de cambio
sólo en la expansión de los derechos civiles, tal y como prevé el pensamiento
liberal con el que se identifica esta hipotética "izquierda". Los
derechos civiles son, por supuesto, patrimonio absoluto de la humanidad: si
están unidos a los derechos sociales, forman las dos piernas sobre las que
puede marchar cualquier proceso de emancipación y liberación; pero cuando se
desprenden de los derechos sociales universales, se convierten en privilegios
para unos pocos.
En
definitiva, Boric es poco probable que cuestione la estructura liberalista de
la economía chilena, para la que sólo prevé cambios parciales en las políticas
socioeconómicas destinadas a reducir la espantosa brecha que polariza
socialmente a la sociedad chilena. Cabe esperar, por tanto, un cambio en la
orientación del gasto público que mitigue, al menos parcialmente, los efectos
de las gravísimas desigualdades sociales que sitúan a Chile entre los países
con mayor brecha entre los primeros y los últimos.
Por
otro lado, no es de esperar que se restrinja sustancialmente el excesivo poder
de las Fuerzas Armadas y la inmensa hipoteca que ejercen sobre la vida política
del país, y el proceso de investigación y juicio de las atrocidades cometidas
no sufrirá ninguna aceleración especial. No se acelerará el mismo proceso de
investigación y juicio de las atrocidades cometidas. Con Boric, es posible
hipotetizar procesos de mayor integración en el Cono Sur del continente, quizás
filtrados por el esquema de la alianza del Pacífico o la conferencia
Iberoamericana, pero ciertamente no en la búsqueda de un interlocucion política
principal con los países del ALBA (Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia). Por
el contrario, como aspirante candidato ya ha expresado opiniones negativas
contra los países socialistas, sumándose así a la carrera de su mentora
Michelle Bachelet, que fue de izquierdas hasta su llegada a la presidencia y no
màs, y que en su carrera en los organismos internacionales ha demostrado ser
una fiel ejecutora de los dictados de Washington. Un destino compartido,
además, por otros exponentes de la izquierda latinoamericana (Almagro y Moreno
entre ellos), sensibles al dinero y a la ambición personales que cosquillean la
proyección internacional que Washington concede generosamente si se demuestra
ser un aliado fiel, más aún si se viene de una historia de oposición a sus
intereses.
Sin
embargo, la elección de Boric una excelente noticia para Chile y para toda
América Latina, ya que rompe el eje fascista que mantiene unidos a Brasil,
Colombia, Ecuador y Uruguay, y hasta ayer a Chile. La salida del país andino
del sistema de alianzas políticas del bloque fascista latinoamericano hace más
problemática la violenta presión ejercida por Estados Unidos para barrer a los
gobiernos socialistas del continente y, en concierto, facilita en cierta medida
los procesos de emancipación regional.
Lamentablemente,
la derrota de Kats, como puede deducirse de las cifras, no tiene proyeciòn
histórica. El peso que tiene el pinochetismo en la sociedad chilena no puede
sugerir de ninguna manera que vaya a desaparecer. Goza de un amplio consenso
popular, que va mucho más allá del bloque de la grande y mediana burguesía
chilena y que tiene, en ciertos gremios sociales (los camioneros, in primis),
una capacidad de agarre que no se puede subestimar. Por el momento, pues, la
alegría se detiene en el peligro evitado de encontrar un emulador de Pinochet
en la Moneda, lo que no es poco.
Sin
duda, el nuevo Presidente no se enfrenta a una tarea fácil. Aunque
ideológicamente no sea proclive a la convulsión del sistema, aunque esté
condicionado por el peso de los militares y aunque esté limitado por la
heterogeneidad de la coalición, Boric tendrá que demostrar que el bloqueo del
camino al pinochetismo y el cierre de la fase histórica de Piñera, no se
agotará sólo en un mecanismo de alternancia política entre fuerzas diferentes
pero complementarias. Ahora dependerá de él, de sus opciones de política
social, de su política interior e internacional, demostrar que, aunque con
pasos lentos y firmes, Chile está pasando página y lo está haciendo sin
incertidumbre.
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