Prólogo del libro Un grano de Maíz

*Tomás Borge*


Un grano de maíz

Entrevista concedida por el comandante en jefe Fidel Castro a Tomás Borge entre los días 18 y 20 de abril de 1992.

I

Me acerqué a Fidel Castro con intención crítica, con sentido histórico y con renovada fe en los valores que, para algunos desafectos del último minuto, se volvieron obsoletos e incómodos.

Elegí la modalidad de la entrevista de prensa convencido de que estaba en la obligación de plantear al líder cubano mis interrogantes y aquellas preguntas que me han hecho otros dirigentes políticos o que he escuchado a los hombres que habitan las calles estrechas.

De esas preguntas, la más importante —pues se hace en todos los foros, desde los corrillos universitarios hasta los desayunos de negocios— es que si con el descalabro de la URSS y del campo socialista desapareció también el socialismo.

En medio de la actual polvareda ideológica, que en unos ha provocado una euforia excesiva y en otros una lloradera insoportable, Cuba —acosada por los cambios de la geopolítica mundial, víctima de una campaña olímpica de desinformación, más bloqueada de lo que estuvo nunca ningún país— es objeto de pronósticos fatales.

Hasta los amigos de la Revolución Cubana, que son más de los que se cree, expresan algunas dudas sobre los resultados del juicio final; aunque dentro de ellos abundan los que mantenemos arraigada la convicción de que saldrá victoriosa en la descomunal contienda.

Los cubanos afirman que ellos siguen abriendo las anchas alamedas, puliendo voluntades, arrancando malas hierbas, rectificando, sin alarde, las imperfecciones. Fidel y sus compañeros —lo he podido constatar en mis recientes visitas a la isla— tienen una confianza contagiosa de que este período agobiante es transitorio, como nube insolente y oscura que oculta por un rato la luz del sol.

II

Hay quienes sostienen que los sucesos, en diversos sentidos desgarradores, de la URSS y de los países del Este europeo, no fueron una derrota del socialismo; que el socialismo real no es más que un episodio, en alguna medida, similar a la Comuna de París, cuando los obreros intentaron tomar el cielo por asalto.

Aquella experiencia histórica fue la fuente de donde los clásicos del marxismo dedujeron el apotegma de la alianza obrero campesina. De igual modo, las causas de este desastre hay que estudiarlas para que sus conclusiones alimenten un proyecto social aún más identificado con los sueños del hombre.

El socialismo real fue un sistema que lejos estuvo, con todo y sus grandes logros en salud, educación, vivienda y empleo, de ser la sociedad vestida con pieles de pantera y plumas de jilguero. Es decir, la sociedad de las sonrisas radiantes y la libre creación; la sociedad de la dialéctica prodigiosa entre la ciencia y la producción que es, en último término, lo que esperamos del socialismo sin adjetivos.

Derribados los monolitos del dogmatismo, el burocratismo, el autoritarismo y el divorcio con las masas y la realidad, el género humano se ha ganado el derecho a buscar las llaves extraviadas, en algún rincón de la estrategia política, del paraíso terrenal.

El socialismo, en última instancia, es la creación del hombre nuevo, del ciudadano del siglo XXI: un hombre que tenga horror a los lugares comunes y a la arrogancia, que entienda a la libertad como algo inherente a la revolución, que sea enemigo del esquema y amante de la herejía, crítico y soñador. Alguna vez dije que es preciso creer en los santos que orinan y en la mortalidad de los dogmas, y apretar en el puño la utopía de un género humano fraterno y listo. Si eso no es posible, poco sentido tendría la vida...

Las utopías son realizables.

III

No era la primera vez que visitaba el lugar donde Fidel Castro pasa gran parte de su tiempo. Estuvimos allí 12 horas varios miembros de la Dirección Nacional del FSLN, antes de la victoria revolucionaria nicaragüense, en animada plática durante la cual consumimos un barril de café y una tonelada de nicotina.

Muchas veces más conversamos hasta la madrugada. En alguna ocasión, me habló sobre su ilimitada confianza en los seres humanos, y nos pusimos tristes al referirnos a las debilidades, a las rencillas, envidias y ambiciones que, con frecuencia, rodean a los dirigentes políticos.

Soy poco observador de los matices, por eso le pedí a mi compañera Marcela Pérez Silva, que iba —junto con Margarita Suzán, mi asistente— con una impresionante carga de cintas y rollos fotográficos, que describiera el contorno y el momento en que se inició la esperada ceremonia:

La Habana desfila hermosa al pie de la ventana de Fidel. Sus calles arboladas se atisban por sobre el hombro de Martí que, imponente y luminoso, custodia la plaza y la revolución. De la ventana hacia afuera, se ve toda la ciudad; hacia adentro, se ve Cuba entera. Es domingo y son las dos de la mañana.

Llegamos a la oficina de Fidel sorteando salones brotados de selva: filigranas de helechos y abanicos de palmeras que manos jardineras, expertas y amorosas, han logrado milagrosamente aclimatar al ambiente interior. (Se dice que fue Celia Sánchez, con su empeño de arañita tejedora, quien fue bordando de verde cada rincón. Se dice también que ahí sigue, que se quedó en alguna de sus muchas orquídeas, floreciendo dulce.)

El despacho de Fidel es grande y acogedor. Desde la pared de ladrillos, mirando de medio lado por debajo de su sombrero alón, cómplice y cálido, sonríe Camilo, rodeado de flores recién cortadas y mullidos sillones propiciadores de encuentros. Haciendo esquina, un escritorio y un librero de madera donde conviven, en absoluta anarquía, los más inverosímiles objetos: manuales de biogenética y caracoles nacarados que aún conservan intacto el canto de la mar; libros de historia antigua; tratados de irrigación; un mate con bombilla de plata que me hace ilusión imaginar que era del Che; una Biblia; una biografía de Fidel en inglés; una escultura precolombina; una linda y gastadita colección de clásicos de la literatura universal; una cajita mágica que da cuenta de cada nuevo niño que nace en Cuba y en el planeta, y muy cerca una carta de puño y letra de Bolívar. Más allá, la mesa de trabajo, larga y pesada, pródiga de sillas.

Su recia madera, curtida al fragor de ardientes madrugadas de debates y decisiones, aguarda impasible e impecable. Abajo la ciudad es una alfombra de estrellitas. Fidel está de pie, tiene estrellas y laureles en los hombros, sobre los que vienen a posarse las palomas. Los comandantes se sientan frente a frente delante de la ventana. Parecen sacerdotes a punto de oficiar. El aire se torna de cristal. Inaugurales, las palabras de Tomás instauran otro tiempo, en donde todos los tiempos se mezclan. Pregunta, propone, provoca. Desata recuerdos y mareas y tempestades.

Fidel responde con voz de trueno y sus palabras convocan lo por él nombrado, haciéndolo aparecer entre nosotros. Han llegado desde todos los rincones los victoriosos constructores de la utopía: traen antorchas encendidas y niños de la mano. Un caballo blanco atraviesa el salón con sus crines al viento. Mientras, Fidel se desplaza majestuoso por el espacio, con su cuerpo de montaña, rememorando las batallas ganadas y las por librar.

El tiempo de las confidencias duró los dos días que siguieron a esta madrugada. Cuando la entrevista llegó a su fin, el tercer sol se ponía en el horizonte. Antes de apagar mi grabadora, me volví hacia la ventana. La luz era tenue, pero lo pude distinguir perfectamente: era Martí que se alejaba lento y satisfecho. Había venido a atisbar a Cuba por sobre el hombro de Fidel.

¡Y yo que casi caigo en la trampa de creer que era una fantasía!

IV

Entre las cuestiones fundamentales que se abordaron en esta entrevista, realizada a partir del 18 de abril en tres sesiones que sumaron diez horas grabadas, están el concepto de Fidel sobre democracia y la posibilidad de cambios en la estructura política en Cuba.

También interrogué al líder cubano sobre las perspectivas de la lucha revolucionaria en América Latina y demás pueblos del Tercer Mundo; le pedí sus opiniones sobre Stalin y Gorbachov; e indagué sobre sus aficiones, afectos y gustos literarios.

Un capítulo prominente constituye sus juicios sobre el controvertido aniversario —triunfal para los europeos, desgarrador para los indígenas de América— de la llegada de Colón a nuestras costas.

De todo lo que aquí dice Fidel, me impresionaron en especial la persuasiva disertación, un poema antológico, sobre el respeto de Cuba a los derechos humanos, y las reflexiones de este hombre sobre el hombre, la calidad humana y su protagonismo en la levedad de la historia.

Esta entrevista no es imparcial, busca cómo aferrarse a la vida después de los últimos funerales históricos; pretende encender una chispa en medio de las tinieblas. Para ello fue necesario provocar la descomunal memoria y singular inteligencia de Fidel Castro.

Si esta entrevista logra ese objetivo, me sentiré compensado después del retroceso sandinista, de los derrumbes y del sonsonete de la trompeta que anuncia, indecente, la perennidad del liberalismo y el fin de las utopías.

Esta conversación con Fidel ha reafirmado mis convicciones, me ha dado mayores elementos para mejorar mi afición por la solidaridad, medir el tamaño del ultraje a la inteligencia y el honor del género humano.

Espero que los pueblos de América Latina y de otros continentes, encuentren en este diálogo motivo de reflexión y aliento, para mantener intactas las esperanzas en las causas que no han dejado de ser justas. Ya no regresaremos a las montañas, pero sí confiamos en que, con nuestra fe, las montañas regresarán a nosotros.

Pero si de algo nos sirve, en lo personal, esta entrevista con Fidel, es para confirmar la necesidad de la autocrítica que, como dirigentes políticos, nos hemos hecho —o estamos obligados a hacernos— en cada territorio del retroceso y la penumbra. Lo demás es hallazgo periodístico, ilustración entretenida y hasta buen placer literario.

Tomás Borge

Managua, 1 de junio de 1992

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Mi Padre: Un ser humano de otro mundo"

Perfil de un vende patria

La Oligarquía Americana contra Nicaragua y el F.S.L.N

Humberto, el defensor de delincuentes