¿Por qué Nicaragua ya no es una colonia?

*Jonathan Flores*


Más allá de la jerga diplomática anglo-europea

Las recientes interpelaciones diplomáticas entre el gobierno de Nicaragua y la canciller del gobierno de España, ha llamado la atención y revuelo en la opinión pública nacional e internacional, por el tono de las misivas diplomáticas escritas y verbales intercambiadas por ambos países respecto a los asuntos internos del Estado de Nicaragua. Los matices políticos y el contenido de ambos discursos representan una oportunidad para comprender el contexto actual echando una mirada a la historia colonial que vincula a ambos continentes.

Los ortodoxos en los asuntos diplomáticos calificarían tales interlocuciones como una escalada política en el que la jerga diplomática ha rozado los límites de la cautela y la sutileza con los que los estados se comunican en el escenario de las relaciones internacionales y dentro del moribundo Derecho Internacional Público, sin embargo más allá de eso marcos formales, subyacen manifestaciones de una política de injerencia a tono con la Unión Europea y socio del Norte, que han utilizado una diplomacia del chantaje y de interferencia camuflada y en otros casos abierta, alardeando e invocando el orgullo de ser “civilizados”.

Sin embargo, en los albores del siglo XXI España se coludía con Estados Unidos, Portugal y Reino Unido en los que se llamó la cumbre de Los Azores (Portugal), realizada el 16 de marzo del año 2003, previo a la invasión de Irak para iniciar la guerra más larga de nuestro siglo. Esta cumbre representó el pacto al margen de la ONU, cuatro países que apenas representaban el 2% de los estados miembros de Naciones Unidas.

Esta encrucijada diplomática que se expresaba como un ultimátum al gobierno de Sadam Husein, ocultaba en el fondo las verdaderas intenciones de una aventura bélica que desencadenó en la catastrófica guerra invasionista contra Irak. Los argumentos que justificaron la ocupación militar de Irak en el que España participó activamente, eran la existencia de armas de destrucción masiva (ADM), de las que nunca se comprobó su existencia. La coalición internacional encabezada por Estados Unidos se adjudicaba la misión de implantar el “proyecto civilizatorio anglo europeo”, que implicaba llevar a Medio Oriente la “democracia y los derechos humanos” en una misión en la que España justificaba su participación por tratarse de una guerra humanitaria.

Este y otros acontecimientos han marcado de forma trágica el nacimiento del siglo XXI, teniendo sus raíces en la historia colonial de las potencias europeas que se han repartido África y América como obsequio providencial a cambio de expandir el cristianismo y la “civilización”. Durante siglos las colonias africanas y americanas estuvieron bajo el yugo de las metrópolis europeas que configuraron de forma rotunda la fisionomía cultural de una diversidad de pueblos y naciones asentados en esos vastísimos  territorios.

La colonización española resultó ser la empresa transnacional en contubernio inquebrantable entre la Corona y la Iglesia, que expoliaron los recursos de las tierras colonizadas bajo el imperio de la espada y la cruz. Desde 1492 los españoles conquistadores impusieron una “supremacía” política, militar, racial y moral que negaba al otro (sujeto colonizado) en todas sus expresiones humanas. Las consecuencias de todo este proceso colonial no puede maquillarse con la tinta del lenguaje diplomático elocuente y elegante, porque las páginas de la historia colonizadora fueron escritas con la sangre de millones de personas víctimas de  un genocidio pocas veces reconocido.

En 1821 el régimen colonial sufre una fractura estructural, en cuanto a la dependencia política administrativa entre las colonias centroamericanas y la metrópolis, marcando el inicio de un proyecto independentista regional que se propuso en primera instancia, la dependencia temporal al imperio mexicano, como una forma de amortiguar las disidencias internas entre las élites criollas y la debilidad gubernamental como resultado de su prematura autonomía. En esta transición, Nicaragua consolida desde 1821 su proyecto nacional que implicaría la potestad soberana al menos discursivamente para conducir su propio destino político, optó por ser parte de la República Federal Centroamericana en 1824, hasta convertirse posteriormente en un Estado independiente que en adelante marcaría las bases del estado nacional.

La trayectoria nacional de Nicaragua ha estado expuesta a sucesivas agresiones extranjeras, que han buscado frustrar decididamente el ejercicio soberano del poder y la consolidación de un modelo político que responda de manera genuina a los intereses nacionales desde la reivindicación de la soberanía, la independencia y el antiimperialismo. Por tales razones, la defensa legítima de Nicaragua ante las recientes intromisiones de España es una prueba de los matices coloniales persistentes en su política exterior, respecto de ciertos países no alineados al establishment político internacional.

En la jerga diplomática los discursos exuberantes de la democracia, derechos humanos, libertad de expresión y respeto al derecho internacional son las carabelas modernas con banderas izadas que navegan hacia tierras “bárbaras” para imponer el “proyecto civilizador”. La vanguardia histórica del FSLN y la tenacidad del gobierno de Nicaragua en este tramo de la historia nacional, son expresiones de que nuestro país se encuentra inmerso en una guerra asimétrica, sistemática y propagandística que lesiona la soberanía y el derecho irrenunciable a ser un pueblo libre.

 

 

 

 

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